viernes, 21 de septiembre de 2012

CONFLICTO CONSTITUCIONAL


La constitución, herramienta imprescindible para nuestra convivencia democrática durante los últimos 34 años, lleva tiempo en una especie de UVI  constante, que  impone una reflexión muy profunda, más allá del estúpido acatamiento sin más.
Cada día nos damos de bruces con algunos representantes de esta mediocracia política que nos ha tocado en desgracia, referirse a la Constitución como arma arrojadiza contra todos y contra todo.
El acatamiento y el  juramento o promesa de cumplimiento se exige y se revela como magno argumento para zanjar debates y para imponer  comportamientos.
Si los catalanes se ofuscan y piden  un nuevo marco económico, se despacha diciendo que no tiene cabida en la constitución y punto;  si un presidente proclama como suyos los gritos de independencia, se le recuerda el deber de acatar y cumplir la constitución... y así un largo etc. que empieza a ser peligroso a la par que insoportable.
Si una constitución ha de ser constantemente puesta sobre la mesa, recordando que hay que cumplirla y acatarla, es porque ese documento, muy noble y muy respetable y muy lo que nos de la gana, ya no sirve.  La constitución se interioriza y se conviene el acatamiento y cumplimiento por acuerdo y conformidad  con lo que establece, no por imperativo. Si cada vez son más los que no encuentran cabida cómoda en las rígidas paredes de la constitución, es la hora improrrogable de iniciar el proceso de reforma profunda, sin dilación, sin miedos y sin prejuicios.
Si los catalanes y vascos  cada vez se encuentran menos cómodos en el imperativo constitucional; si muchos ciudadanos  cuestionan  no pocos aspectos del entramado constitucional, incluido la forma del estado y pasando por las autonomías, el senado, las cortes, etc. Si la constitución cada vez se revela más como un corsé que como un espacio de convivencia, no se puede dilatar más en el tiempo su  puesta en cuestión y el inicio de un debate profundo y pausado sobre su reforma.
Ni puede ser un arma de intransigencia, ni una  constante de conflicto. O es asumida y respetada por convicción o se puede convertir en un lastre que nos lleve al desastre.
Seguramente no sea el mejor momento para enroscarnos en debates de este calado, pero no hay duda de que sea bueno o malo el momento, el tiempo de parar y reflexionar, ha llegado ya.

sábado, 8 de septiembre de 2012

ESTUPIDEZ DILETANTE


La última ocurrencia de la Sra. De Cospedal, conocida en los terruños manchegos, como la bien pagá,  es reducir a la mitad el número de diputados de Castilla-la Mancha, cuando hace dos días proponía poner 4 más, y lo más fantástico del mundo,  quitar el sueldo a los diputados regionales.
Me imagino  a mucha gente aplaudiendo esta iniciativa, como aplauden la reducción del sueldo de los funcionarios o que les quiten la  paga extra. Entre esa gente los hay que se manifiestan de derechas, de izquierdas y de santa Rita, pero lo que les identifica, es el poco apego por la seriedad y por la meditación de las cosas.
El PP, fiel hijo de aquella máxima científica del abuelo de la Gaviota, Paca la culona, conocido asesino cuartelero y caudillísimo de las españísimas,  hace suyo aquel odio visceral por la política y los que se dedicaban a ella. En aras de esa virtud, no les importa  poner entre dicho el sistema de representación política, ni el mismo sistema democrático.
En ese ámbito se circunscribe la última estupidez de la Sra. De Cospedal. Ahora dice que los diputados regionales dejarán de cobrar y podrán seguir dedicándose a la dirección de sus empresas (¿supone pues, que todos los diputados son empresarios o que solo los empresarios podrán ser diputados?) fuere como fuere, la verdad es que no me imagino a un albañil, a un profesor, a un camionero, a una arquitecta, a una funcionaria o a un empleado de banca, terminar su jornada laboral de 8  horas y luego marcharse a las cortes de Castilla- La Mancha para dedicar otras cuantas horas a trabajar en iniciativas, leyes o propuestas encaminadas al bien general de los ciudadanos de la región. Es cierto que sí me imagino, por el contrario a profesionales liberales, a señoritos acaudalados, o rentistas de toda la vida, a jubilados con posibles y a esposas o maridos de grandes ejecutivos,  pasar las mañanas en las cortes, como antes las pasaban en el casino, y decidir sobre lo humano y lo divino cuidando mucho de sus intereses particulares o de casta, que en eso son muy solidarios.
Decir que un diputado no debe cobrar por su trabajo  y debe dedicarse a la política, si lo quiere, de forma diletante, es reducir a escombros muchos principios básicos como la  debida y obligada remuneración justa por el trabajo realizado; o como la dedicación exclusiva a la labor encomendada por los representados; o la desvinculación de cualquier interés particular en la gestión de los recursos públicos.
Decir que un diputado no debe cobrar  un sueldo y sí las dietas necesarias, es decir que pagaran el transporte y la comida y el alojamiento a los señoritos que se acerquen a la capital a velar por sus intereses y plasmar sus privilegios en normas legislativas.
Decir que un diputado no debe cobrar es demonizar la política y a quienes se dedican a ella de la forma más vil, estúpida y miserable que se pueda imaginar. Es alinearse con esos que reniegan de la política y de los políticos sin saber lo que dicen, ni las consecuencias de lo que se supone que piensan. ¿Cuál es la alternativa a los políticos? ¿Los militares? ¿Los funcionarios? ¿Los curas?, ¿las azafatas del un, dos, tres?...
Es una evidencia que se han confabulado todos los malos presagios para coincidir justo en este momento. Estamos pasando por la peor de las situaciones económicas, sociales y política, al tiempo que tenemos a la peor clase política que se recuerda  al mando. Y aquí incluyo a gobierno y oposición, que lo mismo da.
Hemos sido capaces de recopilar al mayor número de ineptos, demagogos, pancistas, arribistas, lameculos y mediocres y les hemos dado todo el poder. Ese es nuestro pecado y en el irá nuestra penitencia. Pero lo inadmisible es que por tener a los peores, no creamos que los haya mejores y buenos de verdad; lo intolerable es que por tener a tanto inútil, creamos que lo que hay que atacar es a la política, a las instituciones o al sistema, cuando lo que sobran son los ineptos profesionales.
Es fascinante ver como cuando lo  que se necesita de verdad son buenos gestores, gente capaz, con decisión, con ideas, con inteligencia y con vocación cierta de servicio, aquí lo que proponernos es eliminarlos a todos y a cambio ofrecemos… nada, nada y más nada.
La derecha está haciendo muy bien su trabajo, qué duda cabe, entre tanto inútil y tanta bocazas estúpida, seguro que hay más de un listillo que se frota las manos desde el casino del pueblo ante la perspectiva maravillosa de volver a los tiempos de sus señoritos abuelos y sus privilegios.  Volveremos a escuchar aquello que aun escuchamos en algunas viejas películas: el señorito sabrá que tiene estudios, o lo que diga el amo que para eso lo es y por algo será. En breve seguro que volvemos a poner también aquello de la puñetera gracia de Dios en las monedas.